La interrelación entre las especies marinas de un ecosistema es estrecha y por eso cualquier impacto en parte de ellas afecta a casi todo el resto. Un ejemplo de esto es un estudio, realizado por el Núcleo Milenio Centro de Conservación Marina de la U. Católica, de las especies que interactúan en los fondos rocosos y que se encuentran entre los cinco y 20 metros de profundidad, en la zona entre Coquimbo y Valparaíso. Es lo que se conoce como arrecife costero.
La investigación, liderada por el biólogo marino Alejandro Pérez-Matus, reveló que el impacto humano sobre esta red trófica es significativo. Y no solo sobre las especies que extrae en forma directa, sino también en las que son presas o se alimentan de ellas. «El humano impacta directamente a un 80% de las especies en este tipo de ecosistemas», dice el profesional.
Es así como, aunque solo 34 de 147 especies registradas en el estudio son de valor comercial, estas tienen una alta incidencia en toda la red.
Entre ellas se incluyen mariscos, como el loco, erizo, chorito, lapa, piure y picoroco; peces como la cabrilla, pintadilla, congrio colorado, lenguado, vieja, vieja colorada, rollizo, borrachilla, carpa y pejeperro, como también distintas variedades de algas.
Depredadores tope
Solo algunas especies depredan sobre aquellas que son fruto de la pesca. Los casos más extremos son la estrella de mar y el chungungo, cuya dieta depende en 50% a 100% de estos peces y mariscos. Mientras la primera consume especialmente moluscos y erizos, la nutria de mar incluye también peces. «Ellos son importantes al depredar especies secundarias o terciarias que, a su vez, consumen a las algas», explica Pérez-Matus.
En cambio, alrededor de 80% de la biodiversidad del arrecife costero es presa de las especies que son las que se pescan, como es el caso del congrio y el lenguado, que son depredadores tope.
Su captura disminuye la presión sobre el resto de peces y moluscos que son su alimento, pero al mismo tiempo, puede generar un efecto cascada. Es decir, el que aumenten ciertos peces intermedios puede afectar la población de algas, moluscos o incluso de peces de menor tamaño.
Para el biólogo marino, la clave es que, cuando se maneje un área de pesca no solo se monitoreen las especies comerciales, sino también las que están relacionadas, para que no se produzcan desequilibrios.
Al hacerlo, advierte, es fundamental incluir al hombre dentro del sistema, ya que es uno de sus modeladores. Esto, porque su presencia condiciona la mayor o menor participación de una especie dentro de la red trófica. «La idea es tener un manejo más ecosistémico», dice.
Como la mayoría de las especies incluidas en el estudio no tienen ningún tipo de regulación, este es un punto de partida para conocer mejor su real importancia.
Otras especies identificadas como clave dentro de la red trófica son los chitones y los anfípodos. Los primeros son moluscos que se alimentan principalmente de algas, pero a su vez son alimento de otros mariscos y peces. Los segundos, pequeños crustáceos que son depredados especialmente por los peces, tanto por parte de los que son objeto de pesca, como los que no lo son.
La investigación, publicada recientemente en la revista especializada Marine Ecology Progress Series, también incluyó en la cadena trófica el detritus, es decir, todos los desechos y cuerpos en descomposición de los animales y algas. «Hay muchas especies que se alimentan de eso. Es como una caja de Pandora, porque no sabemos bien cuáles dependen de él».
Fuente: El Mercurio