Aguas gélidas, vientos veloces y violentos, y una tempestad abrumadora capaz de preocupar hasta al más experimentado de los capitanes, reinaban la noche del 4 de enero de 1988 en Tierra del Fuego. Allí, surcando esas aguas inhóspitas, el Logos, barco de la organización internacional GBA Ships, parte OM (Operación Movilización), intentaba mantener el ritmo… pero ya era tarde…
A las 23.55 horas, el capitán británico Jonathan Stewart, que acababa de regresar a la cubierta desde su camarote, donde apenas había logrado descansar un par de horas por las adversas condiciones climáticas, sintió un fuerte golpe que remeció toda la embarcación. La nave se detuvo bruscamente, pero la maquinaria seguía moviéndose a 105 revoluciones por minuto (RPM). Se cumplía el peor de los miedos para un navegante: quedar atrapado en medio de una fuerte corriente. El choque contra el borde de una costa rocosa sumergida fue letal para Logos.
A esas alturas, tras encallar en las rocas, los miles de libros de la que es conocida como la biblioteca flotante más grande del mundo estaban regados por todas partes. Más preocupante aún era el estado del barco, porque algunos estanques de agua de la embarcación se habían abollado y otros, desprendido; además, bajo la nave se formó una seria deformación. Eso sí, todavía tenían la fortuna de que no filtrara. Debían salir de allí cuanto antes.
El naufragio
Haber encallado en medio de rocas es lo peor que le puede pasar a un barco porque, a diferencia de lo que pasa cuando queda atrapado en barro o arena, el fuerte oleaje hace que se azote una y otra vez contra la superficie escarpada. Una opción era quedarse allí, esperando que una segunda nave los remolcara, y otra era abandonar la embarcación. En algún momento se pensó en la primera alternativa, pero la violencia del mar era demasiada y a las 05.00 de la madrugada el capitán Stewart dispuso preparar los botes salvavidas.
Diez minutos después, la tripulación comenzaba a descender lo más rápido que podía del Logos.
Para entonces, relata Ester Lugão, actual oficial de Relaciones Mediáticas del Logos Hope, la nave ya se había inclinado cerca de diez grados. Rápidamente, mientras se realizaba la evacuación de la embarcación, según se relata también en el libro «Un barco llamado Logos», el agua comenzó a ingresar y la inclinación tuvo un alza brusca, hasta llegar en los instantes finales a 40 grados.
Si en condiciones normales hay personas para las que descender desde un barco hasta un bote es una maniobra de cuidado, para los 139 tripulantes que esa madrugada debieron abandonar el Logos, fueron momentos simplemente aterradores. El barco estaba tan inclinado que en vez de descender por el lado de la nave, lo hacían prácticamente por debajo de esta. En cualquier momento podría caer sobre ellos, pero era un riesgo que tenían que correr para salvar sus vidas.
Pero ¿cómo llegaron allí, a un lugar de aguas tan salvajes? Con su lema firme de llevar, incluso a lugares inhóspitos del mundo, «conocimiento, ayuda y esperanza», los tripulantes se dirigían a Chile tras una recalada en el puerto argentino de Ushuaia.
Mientras sobre el barco todavía comentaban entusiasmados lo bien que había resultado su paso por el vecino país, las condiciones climáticas ya comenzaban a manifestarse en contra. Esto llevó finalmente, indica Lugão, a que «el barco chocara en la roca sumergida».
El escape
Antes de embarcarse en el Logos (al igual como ocurre con el actual Logos Hope), la tripulación fue sometida a una estricta formación para saber qué hacer en el caso de que ocurriera una emergencia. Había llegado el momento de demostrar si aquellas maniobras que ensayaron tantas veces, los ayudarían a salvar sus vidas.
Además, a bordo del Logos había cerca de 30 personas que estaban capacitadas para manejar los seis botes que usaron para escapar de la nave esa madrugada. Uno de ellos era el joven alemán Matthias Keppler, de solo 23 años, que ejercía como primer carpintero del barco.
Ahora, durante la estadía de Logos Hope en Valparaíso, el hijo de aquel sobreviviente, Benaya, sigue perpetuando el lazo de la familia con el barco. Desde niño escuchó los relatos de su padre y cómo lograron salvar sus vidas aquella fatídica madrugada en las gélidas aguas de Tierra del Fuego, y hoy cuenta con orgullo la crucial labor que ejerció su progenitor esa jornada.
«Su responsabilidad más grande vino al evacuar, porque estuvo a cargo de lanzar salvavidas (…) Él fue como un capitán de un bote pequeño, estuvo a cargo de cerca de 30 personas al evacuar», detalla el joven, que se desempeña en la producción de eventos sobre la actual nave.
En los momentos de tensión no hubo tiempo para pensar, solo avanzar rápidamente y escapar del barco lo más rápido posible. La evacuación, según relatan testigos del momento, como el padre de Benaya y otros que están reunidos en el libro «Un barco llamado Logos», extrañamente fue más tranquila de lo que podría haber esperado. No hubo escenas de pánico, ni de niños ni adultos. El temor, eso sí, no dejaba de reflejarse en sus rostros, pero lo expresaron de una forma muy mesurada. Quizás esa misma fe que los movió a embarcarse y que sigue presente en los descendientes de los sobrevivientes, los ayudó.
Aquella versión también es reforzada por Lugão, quien indica que, según comentarios que ha escuchado de algunos sobrevivientes que siguen ligados a la organización, pero que no viajaron este 2019 a Chile, la tranquilidad que hubo esa madrugada sorprendió incluso al personal de la Armada que los rescató: «Hasta los marinos chilenos que llegaron a ayudar les comentaban que para ellos fue una de las evacuaciones más calmadas que habían visto», dice. Toda una proeza, si se considera que las 139 personas que iban a bordo resultaron ilesas.
Que la evacuación se haya hecho con relativa calma, no implicó que después los sentimientos afloraran. De hecho, relata el joven de 19 años, su padre le contó que «después de evacuar, cuando todos estaban seguros y él revisó lo que pasó, dijo como ‘wow, lo que acaba de pasar’, y también lloró, porque esa fue su casa y estaba encallada».
Tras ser rescatados, los sobrevivientes fueron llevados por la Armada chilena hasta el puerto más cercano y de ahí, vía aérea hasta Punta Arenas. En esa ciudad estuvieron cerca de una semana albergados en casas de familias con las que los tripulantes habían tenido contacto antes. Allí, sanos y salvos, revela por primera vez Benaya, todas las personas que se salvaron escribieron en un papel lo que habían perdido en el Logos.
Luego el papel fue quemado en señal de dejar partir lo material. Conservaban lo más importante, sus vidas, y eso lo agradecen hasta hoy.
Aquel testimonio de fortaleza que demostraron los sobrevivientes de la madrugada del 5 de enero de 1988 sigue vigente alrededor del mundo, en cada uno de los puertos en que recalan. Cada cierto tiempo vuelven a bordo también algunos de aquellos tripulantes y, mientras eso ocurre, sus descendientes también continúan fortaleciendo el fuerte lazo con Logos. nexo que el barco -más bien su gemelo, el Logos Hope, la biblioteca flotante más grande del mundo- renueva también con Chile en cada regreso.
Fuente: Lider San Antonio