Tres meses demoró en dar la vuelta completa a la Antártica la expedición científica Antarctic Circunnavigation Expedition (ACE), del instituto polar suizo. Zarpó el 20 de diciembre desde Ciudad del Cabo, Sudáfrica, y recaló en la misma ciudad el 19 de este mes.
Pero la aventura está lejos de terminar para los 55 científicos de 30 países que navegaron en el rompehielos ruso Akademik Tryoshnikov. Ahora comienza el análisis de las muestras obtenidas, para luego preparar las publicaciones.
Ese es el caso del biólogo de la Facultad de Ciencias de la U. de Chile, Javier Naretto, el único investigador chileno que participó en la tercera etapa de la travesía, que partió desde Punta Arenas, el 25 de febrero. A diferencia de las jornadas previas, no hubo aproximación al continente helado, pero sí visitas a islas subantárticas.
«Primero pasamos por el archipiélago de las Georgias del Sur, donde pudimos desembarcar sin problemas». Allí domina la vida animal. «En la costa observamos elefantes y lobos marinos, focas y una gran pingüinera con pingüinos rey y barbijo», cuenta.
Desde allí tomaron rumbo sureste, hacia las islas Sandwich del Sur. En el trayecto, mientras hacían un muestreo de especies submarinas, les tocó observar muchos témpanos. «Uno de los que encontramos resultó ser particularmente grande. Debe haber tenido unos 70 metros desde el nivel del mar hasta su parte superior, lo que significa que su profundidad llegaría hasta los 400 metros», calcula.
El iceberg llamó tanto la atención que algunos de los pasajeros del barco, entre ellos los que auspiciaban la expedición, se montaron en el helicóptero del barco para posarse sobre su cumbre.
Para Naretto, el participar en esta etapa del viaje fue una experiencia única, aunque quedó un tanto frustrado por no poder descender en la isla Bouvet, la más remota que alcanzó la expedición. «A mí me interesaba bajar, porque no hay nada estudiado allí en la zona intermareal, mi área de investigación. Me paré al lado del zodiac, presionando para que me llevaran, pero las olas estaban más o menos fuertes y por un tema de seguridad no quisieron exponerse. A mí me importaba poco eso; habría sido capaz de saltar al agua y nadar los últimos metros, pero no hubo caso, no me dejaron bajar», cuenta resignado. Los pocos que llegaron allá lo hicieron en helicóptero para tomar muestras de hielo y de las turberas de la parte superior de la isla.
Naretto es coinvestigador del proyecto Marine Refugia, que busca evaluar la existencia de refugios para la biodiversidad en islas subantárticas durante períodos glaciales. Su objetivo principal es determinar cómo se produjo la distribución de algunos peces y moluscos desde la Antártica a aguas sudamericanas.
En especial, está interesado en las especies que hicieron el trayecto después de los 30 millones de años antes del presente, cuando ambos continentes se separaron y se formó el paso de Drake, cuya profundidad hace imposible la movilidad de la biodiversidad. O al menos eso es lo que se cree.
Su propuesta es que estos animales, en particular el pez Harpagifer antarcticus -que es su modelo de estudio-, fueron capaces de seguir colonizando, porque aprovecharon los períodos glaciales. «Cada vez que aumentaba el hielo pudieron moverse hacia Sudamérica y las islas subantárticas, porque el frente polar se desplazó hacia el norte y las aguas se tornaron más frías. Pero cuando se retraía el hielo, la conexión se perdía», explica. La última vez fue hace poco menos de 2 millones de años.
Incluso algunos caracoles habrían empleado balsas naturales para desplazarse. «Ellos viven en algas que se desprenden del fondo y que pueden flotar por meses hasta llegar a una isla».
No descarta que entre las muestras de vida marina tomadas desde el mar hayan encontrado especies nuevas. Todo el material que obtuvo se guardó en frascos y se envío a un museo en Perth, Australia, país al que pertenece la investigadora principal del proyecto. Allá se hará el análisis correspondiente.
Fuente: El Mercurio